Historias de mi Abuelo

Pocas cosas marcan a uno desde la infancia como los recuerdos de los abuelos; quien creció con los suyos o vivió cerca de ellos me dará la razón; quizás los demás, los que no, lo intenten comprender. (Gracias).

Ahora, hablaré de mi abuelo, tengo muchos recuerdos de ambos, pero empezaré con las historias de él…

El recuerdo genérico de este tiempo es el de mi abuelo o mi abuela llamándome desde el asiento que tenían para pasar la tarde; un asiento de bus adaptado para descansar bajo el Guabo (árbol de Guaba), desde ahí, me encargaban siempre algún mandado –Ah, crecí con mis abuelos, en el campo; en un caserío llamado Piedra Grande —el recinto tiene otro nombre, pero otro día hablaré sobre eso— entre la carretera y un río, al frente está un cerro que en mi infancia siempre comparé con el lomo de un dinosaurio verde... Todo eso en el límite provincial entre Bolívar y Los Ríos, mis abuelos tienen una casa amplia ahí con un tendal (patio delantero) muy grande que se usaba para asolear arroz o café antes de pilarlo (en otros tiempos con más frecuencia que ahora) y un patio trasero lleno de animales de granja —pero que mi abuela prácticamente domestica—: patos, puercos, gallinas, etc. Junto a la casa grande de mis abuelos hay varias casas pequeñas, construidas una junto a la otra con el objeto de que ahí vivieran los hijos, en una de esas crecí yo.



Bueno, por la tarde —que era cuando yo no pasaba haciendo nada, porque la escuela era solo en la mañana— mi abuelo me llamaba (desde el asiento descrito con rapidez arriba) y me esperaba con un jarro en la mano – “Tráeme dos tercios de té”. Tenía entre 7 y 8 años. “Con cuidado, no te vayas a quemar… Sí sabes cuánto es dos tercios?”. Eso era un día, otro era -“Maylin!!!”, -“Mande” -“Anda a la terraza, baja la ropa, parece que va a llover y ya ha de estar seca”. Mi abuelo siempre lavaba (lava) su ropa y la de mi abuela. Otra tarde me llamaba y esta vez me esperaba con un platillo con “Chaulafán de pobre” como le dice él porque solo le ponía lo que encontraba en la cocina, pero hasta ahora no he probado comida más rica que la que prepara él; otras veces lo que tenía era un poquito de fideo rapidito que me compartía en un plato más pequeño; “son golosinas”, me decía.

En fin, entre otras cosas; así fue que temprano aprendí a calcular, medir, contar, sacar cuentas, etc. Por otro lado, algo más valioso fue que también aprendí a obedecer y a querer a mis abuelos así mismo como uno quiere a los padres.

Bajo el Guabo mis abuelos nos contaban historias, medio raras sí, algunas no las recuerdo como historias en sí, y más bien sólo recuerdo “la moraleja”; a fin de cuentas es lo más importante. Una vez mi abuelo nos contó la historia de un hombre víctima de una coincidencia, se trataba de un tipo que caminaba descuidado por el campo y que sin darse cuenta se enredó en una planta de sandía, tropezó y se cayó soltando alaridos, la sandía se desprendió y rodó hacia él; en eso (bastante salado el tipo) al escuchar los ruidos el dueño del cultivo se aproximó a ver qué pasaba, vio al hombre con la sandía a su lado y exclamó: “Ah! Tú has sido el ladrón de sandías!” después de eso, como es de imaginarse, el hombre tuvo que pagar la dichosa sandía. Entonces, quién es el ladrón aquí? De ahí partía yo a pensar que no se puede juzgar a los demás sin saber bien de qué se trata el asunto, que a veces se es víctima de las circunstancias.

Tenía otra, muy entretenida… Esta era de un forastero, un viajante que estaba de paso por un pueblo en el que se quedó a descansar hasta poder continuar su viaje al día siguiente; cuando el hombre iba hacia su cuarto en la posada en la que iba a dormir, pasó junto a una ventana y vio a una mujer peinándose; muy curioso el tipo que se queda contemplando; por eso debe ser que la mujer se ha quitado la cabeza y la ha puesto en el tocador para poder peinar sus cabellos con más facilidad —Sí, se sacó la cabeza— Jajaja Entonces, como es de suponerse, el forastero se llevó una fuerte impresión, de manera que fue en busca del dueño de la posada y le cuenta lo sucedido sin creer ni él mismo lo que estaba diciendo, pero esperando alguna respuesta de todos modos como “si fuera posible”; a todo esto el dueño del lugar muy sorprendido también por lo que el forastero acaba de decirle, o al menos por la forma en que se lo ha dicho; le contesta con otra pregunta, le dice: “Qué? Usted no puede quitarse la cabeza?” Acto seguido este señor ya tiene la cabeza entre sus manos y continúa “Aquí todos podemos quitarnos la cabeza”.

De niña me daba fascinación este cuento, es mi favorito; lo interpreté como “lo imposible para unos, es totalmente posible  –y normal– para otros”… Esto puede ser algo acertado; en ese tiempo de hecho, muy acertado, porque al ser mi abuelo chino, he tenido que soportar a lo largo de los años, la ignorancia en los comentarios de cierta gente que me preguntan —hechos los graciosos— “Tu abuelo que es chino, come cucarachas?” (Perros? Gatos? Iguanas? Etc.) Bueno, incluso yo ignoro si habrá chinos que lo hagan, pero el mío no lo hace.

Las personas tendemos a decir barbaridades de lo que desconocemos, a veces porque “creemos saberlo”, otras porque definitivamente no se tiene ni idea; y esto puede suceder incluso sin darnos cuenta, aunque la mayoría de veces parezca estupidez deliberada.

La moraleja del cuento de la gente que se saca la cabeza queda a discreción del oyente/lector, pues mi abuelo nunca nos decía qué quería decir; siempre nos daba libertad de interpretar los cuentos, quizás para que aprendamos a usar el cerebro, para que seamos dueños de nuestras ideas, que desarrollemos el criterio propio... De todos modos, por ahora al menos, creo que lo absoluto en este caso puede ser erróneo, pues como en muchas cosas de la vida, depende del punto de vista. 
El trasfondo es, viniendo de alguien como mi abuelo que creció con una cultura totalmente distinta, que hay que respetar y aceptar a los demás, no tenemos la razón siempre, tal vez con un poco de atención aprendamos a quitarnos la cabeza y ponernos en el lugar del otro. Para mí, todavía sigue siendo así; no es que soy rara porque puedo quitarme la cabeza, sino que quizás el raro eres tú, porque no puedes. 

Comentarios

  1. Papa siempre sera un viejo muy sabio y filosofo en esto de contar sus cuentos y moralejas, al mismo tiempo que nos esenaba, nos daba lecciones sobre la vida. Me dio mucho gusto leer estas lineas!!

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